Me gustaba la idea de los chavales asomando su cara por los huecos de las cabezas de los músicos. Era un modo de hacerlos partícipes.
Alfonso Vidal, nuestro profesor del taller de fundición en bronce, se puso manos a la obra y nosotros con él.
Se recortaron las piezas a tamaño natural.
Y empezaron a funcionar las radiales.
Decidieron que se pintasen de colores.
Y finalmente, se instalaron en el Parque de San Isidro, junto a la vieja iglesia del pueblo de Rivas Vaciamadrid.
El tiempo y la intemperie les devolverá su pátina de óxido.